viernes, 23 de octubre de 2015

La amante del agua

Un tal Vincent Van Gogh decía que El arte es el hombre agregado a la naturaleza.  Entre peces y pájaros y tantas mujeres, algunas de ellas enamoradas de hombres o de sus propios cuerpos, o de su vientre redondo, o de sus labios herméticos; entre árboles altos como casas altas, en medio adentro donde un río que se huele a causa de sus colores, se alza repetidas veces la figura de una mujer de gesto altivo, mirada filosa, que tiene los mismos ojos que Mariana Zúñiga.  ¿Qué Mariana pinta a qué Mariana?, me pregunto, una vez que me siento invitada a participar del interminable juego de las apariencias.
Existe en mi, como espectadora, la esperanza de que esos cuerpos desnudos, blancos, negros, perturbados, se pongan a bailar de un instante a otro, un poco para silenciar el barullo de las cabezas que se sujetan con dos manos, y otro poco por el femenino impulso de explotar, por fin, frente a esa pared que, en la inmensidad del río, tiene la gentileza de hacerse invisible.  Ellas, pese a todo, pese a ellas, no le temen a las crecidas, se acostumbraron a esperarlas y bienvenirlas, y es por eso que cambian de posición con la esperanza de volver a ser narradas a colores, todavía más desesperadas. 
¿Los autorretratos son la búsqueda de una soledad que te encuentra con vos mismo, o con la versión de vos mismo que alguna vez esbozaste?.  ¿Pintada olés igual, te comportas igual, hablas igual, te enamoras igual?.  ¿Quien te mira desde el cuadro?.  ¿Qué parte encontrás de vos en esos colores, en la vitalidad de un mundo que se revela y canta una y otra vez la palabra ISLA?, ¿Por qué la generosidad y la apertura al mundo que ven tus ojos?.  Acaso, pienso, te convertiste a la naturaleza más primitiva mientras planeabas un puente de ramas, hojas, lechuzas y gatos.  Nosotros hoy, dichosos, hundimos los pies, pisamos, pasamos y agradecidos llegamos a la parte infantil de este universo.
Somos cómplices de una transformación, de un balance, de una limpieza que deja tanto detrás. 
Bienvenidos, nos dicen.  Son los árboles que son cabezas que son flores que son aves que son ojos.  Aquí, Mariana, las aves son peces y al revés.  Por tanto, acaso, sea la luna o tu infancia la que se pregunta qué hay debajo de la tierra, qué materia viva habita el mundo de lo que no se ve. 
Allá la vemos: son dos, es una, son dos otra vez.  La Mariana más pequeña se ha propuesto darle luz a lo de abajo, a la profundidad, al misterio.  Nada, recorre, se mueve y canta palabras sueltas: poesía, belleza, imaginación.  Después se aleja, observa el trabajo realizado usando palabras más ajustadas como magia, como aire.  Y al final se da cuenta.  Ahora es alta, más grande, y a su lado el ave es una fiel testigo de mirada augural.  Alguien al otro lado del río dice que debajo de los pies hay todavía más agua.  Mariana se alegra por saber, por primera vez, eso que siempre supo: Vivimos sobre el desborde emocional de la tierra, abrazados por vientos y humedades, por barro y silencios larguísimos, con ecos de sabor salado, con aroma a mujer solitaria, isleña, madre, y tan pintora.

Macarena Moraña


25 de Abril de 2014