La amante del agua
Un tal
Vincent Van Gogh decía que El arte
es el hombre agregado a la naturaleza.
Entre peces y pájaros y tantas mujeres, algunas de ellas enamoradas de
hombres o de sus propios cuerpos, o de su vientre redondo, o de sus labios herméticos;
entre árboles altos como casas altas, en medio adentro donde un río que se
huele a causa de sus colores, se alza repetidas veces la figura de una mujer de
gesto altivo, mirada filosa, que tiene los mismos ojos que Mariana Zúñiga. ¿Qué Mariana pinta a qué
Mariana?, me pregunto, una vez que me siento invitada a participar del
interminable juego de las apariencias.
Existe
en mi, como espectadora, la esperanza de que esos cuerpos desnudos, blancos,
negros, perturbados, se pongan a bailar de un instante a otro, un poco para
silenciar el barullo de las cabezas que se sujetan con dos manos, y otro poco
por el femenino impulso de explotar, por fin, frente a esa pared que, en la
inmensidad del río, tiene la gentileza de hacerse invisible. Ellas, pese a todo, pese a ellas, no le temen
a las crecidas, se acostumbraron a esperarlas y bienvenirlas, y es por eso que cambian
de posición con la esperanza de volver a ser narradas a colores, todavía más
desesperadas.
¿Los
autorretratos son la búsqueda de una soledad que te encuentra con vos mismo, o
con la versión de vos mismo que alguna vez esbozaste?. ¿Pintada olés igual, te comportas igual,
hablas igual, te enamoras igual?. ¿Quien
te mira desde el cuadro?. ¿Qué parte
encontrás de vos en esos colores, en la vitalidad de un mundo que se revela y
canta una y otra vez la palabra ISLA?, ¿Por qué la generosidad y la apertura al
mundo que ven tus ojos?. Acaso, pienso,
te convertiste a la naturaleza más primitiva mientras planeabas un puente de ramas,
hojas, lechuzas y gatos. Nosotros hoy,
dichosos, hundimos los pies, pisamos, pasamos y agradecidos llegamos a la parte
infantil de este universo.
Somos
cómplices de una transformación, de un balance, de una limpieza que deja tanto
detrás.
Bienvenidos,
nos dicen. Son los árboles que son
cabezas que son flores que son aves que son ojos. Aquí, Mariana, las aves son peces y al revés. Por tanto, acaso, sea la luna o tu infancia la
que se pregunta qué hay debajo de la tierra, qué materia viva habita el mundo
de lo que no se ve.
Allá
la vemos: son dos, es una, son dos otra vez.
La Mariana más pequeña se ha propuesto darle luz a lo de abajo, a la
profundidad, al misterio. Nada, recorre,
se mueve y canta palabras sueltas: poesía, belleza, imaginación. Después se aleja, observa el trabajo
realizado usando palabras más ajustadas como magia, como aire. Y al final se da cuenta. Ahora es alta, más grande, y a su lado el ave
es una fiel testigo de mirada augural.
Alguien al otro lado del río dice que debajo de los pies hay todavía más
agua. Mariana se alegra por saber, por
primera vez, eso que siempre supo: Vivimos sobre el desborde emocional de la
tierra, abrazados por vientos y humedades, por barro y silencios larguísimos, con
ecos de sabor salado, con aroma a mujer solitaria, isleña, madre, y tan
pintora.
Macarena Moraña